GLORIA NOVEL MARTÍ
Directora de Proyectos
Consultoría Internacional en Gestión de Conflictos y Mediación
Diálogos y Soluciones Corporativas, S.L
Iniciamos esta columna “con todas las dudas”, con el primer número de Turbulencias a la que le auguro grandes éxitos, porque fue creada desde la ilusión, la generosidad, la creatividad y la profesionalidad. Mis felicitaciones y admiración a estos amigos que siguen con firmeza sus sueños y hoy hacen realidad uno de ellos. Sobre todo, mi más profundo agradecimiento por la invitación a colaborar en este espacio de opinión que, por sus características, supone un reto y un regalo.
Siempre que comparto enseñanzas en temas de gestión de conflictos, mediación y cultura de paz, me reafirmo en la idea de que ese ideal de ser buena persona, nos beneficia en primer lugar a nosotros mismos y luego y, solo luego, a los demás. Quizás suene a extraño y demasiado práctico, pero es que me gusta lo simple, lo práctico y lo bueno. Esto no está reñido, ni mucho menos, con el sueño de construir un mundo mejor. Más bien, todo se complementa en un modo integral de ver la vida y vivirla de un determinado modo. Básicamente, desde una visión realista: si todos vamos a morir un día u otro, vivamos felices; expandamos esa felicidad y practiquémosla, porque en realidad este es el fin último del ser humano. ¡Ser feliz!
Ser agradecido es lo que nos da la capacidad de ser y vivir felices. Demostrar agradecimiento nos llena de sensaciones positivas, relaciones auténticas y recíprocas. Dar las gracias a diario incluso por aquello que tenemos sin esfuerzo: la vida misma, la salud, las buenas relaciones, poder comer, saber que mañana también podremos vivir en esta abundancia de lo simple y seguro, nos proporciona una visión gigante de la vida y la abundancia del universo.
Agradecer es de personas genuinamente felices y al tiempo, trae consigo una vida más serena. Es el como un pez que se muerde, con amor, la cola. Yendo más allá, solamente siendo felices podemos ser buenas personas. Así que la felicidad es la condición necesaria para vivir en paz, no un simple deseo existencial y, el agradecimiento, es el primer paso. Sin felicidad, solo existe un agujero negro como forma de vida. Y desde la sombra, cuesta ver la luz y mucho más vivirla.
Hablando de la felicidad, recuerdo una anécdota atribuida a Darwin: Un día le preguntó a un niño de cinco años qué significaba ser feliz. El niño con esa sabiduría natural de los que no fueron aún contaminados con la educación (o, mejor dicho, mala educación) contestó: hablar, reír y dar besos. Efectivamente, lo simple es lo más completo y al mismo tiempo, lo más complejo.
Quizás ustedes me dirán: ¡Ah! Que fácil es ser feliz cuando las cosas van bien. Pero y ¿cuándo no es así? Entonces, ya no es tan fácil estar hablando, riendo y dándonos besos.
Ser felices no depende de lo que tengamos fuera, sino de lo que tengamos dentro. De quienes somos y queremos ser; de en quienes nos hemos convertido a lo largo de los años; de la aceptación de nuestra humanidad y la de los demás; de cómo honramos la vida y nuestro entorno; de cómo vemos lo mejor en lo peor y de cómo manejamos esto último con suavidad, firmeza, bondad y agradecimiento. Así que, por mi bien y por el de todos, gracias de todo corazón por compartir este camino hacia la paz y la concordia, por acompañarnos en este nuevo proyecto que Turbulencias y por estar decididamente presentes desde el corazón, aún y desde las distancias sociales del momento. ¡Gracias!