Nadie aprende de la experiencia ajena, pero Boric y su gobierno están llamados a hacerlo, para construir un Chile mejor y relegitimar a la izquierda como opción política, tan malograda en Cuba, Venezuela y Nicaragua, y en menor medida en Bolivia, Argentina y Ecuador.
- Por César Rojas Ríos, Conflictólogo boliviano, Director de la revista internacional Turbulencias, Experto del Roster de Conflictos y Diálogo del PNUD, consultor de la OIT, OEA y Unión Europea, autor de Multicrisis global y Filosofía de la mediación (Y una advertencia).
El año 1995 Norberto Bobbio generó una polémica sostenida con la publicación de su ensayo Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política. Puso en el centro del debate europeo, fundamentalmente, qué era ser de izquierda. La respuesta que esgrime en su libro es que la izquierda está escorada hacia la igualdad, mientras la derecha se inclina hacia la libertad.
Al iniciar el siglo XXI, en gran parte de América Latina se produjo un giro a la izquierda, que signaba no una época de cambio, sino un cambio de época. En realidad, se produjo un fenómeno llamativo: la reemergencia de una izquierda ahistórica, es decir, que no recoge las dos enseñanzas estratégicas del siglo XX después de la implosión de la ex Unión Soviética y el viraje de China hacia el capitalismo global: una de corte económico, el país que se dispone a sepultar el capitalismo acaba cometiendo un suicidio colectivo (cancela el capitalismo, pero también el progreso, la prosperidad y el crecimiento económico, al que retornan después de años de penurias), y otra de corte político, la edificación de sociedades socialista no emancipa a la población de la opresión y la dominación, más bien termina encadenándolas al caudillo y su maquinaria partidaria en un presente estacionario.
¿Cuáles son los referentes más claros de la emergencia de estas izquierdas ahistóricas? La Venezuela de Chávez y Maduro. La Nicaragua de Ortega. Y a medias, el Ecuador de Correa como la Bolivia de Morales y Arce. Venezuela y Nicaragua colisionaron de manera frontal con el capitalismo y terminaron en un suicidio colectivo, y los dos regímenes terminaron dinamitando el republicanismo (la sana división de poderes) para instaurar el opresivo despotismo. ¿Utopía? De ninguna manera, sino la aterradora distopía. ¿Bolivia? No colisionaron con el capitalismo, fortalecieron la presencia estatal en la economía; pero eso sí, fueron destejiendo el Estado republicano para retejer paulatinamente un Estado que concentra el poder, judicializa la política y actúa con desembozado autoritarismo (lo propio sucedió en Ecuador durante el gobierno de Correa). No es el infierno venezolano, pero sí un purgatorio para los demócratas y los librepensadores.
La fiebre marxista
Marx (y la corte que lo sigue, Lenin, Stalin, Mao Tse-Tung, Castro) destila odio contra el capitalismo. Toda su edificación teórica descansa en ese nervio irascible, en esa desinteligencia emocional. Y todos quienes se reconocen marxistas comparten esta misma fiebre que ocasiona dos males: hipercrítica total al capitalismo y una ausencia completa de autocrítica. Son personas ideológicamente desbalanceadas: ven las vigas y las astillas en los países capitalistas, pero son incapaces de reconocer una sola en los regímenes de inspiración rúbea. El resultado: lo observado ya en Cuba, dan en principio un paso adelante, pero acaban dando dos pasos hacia atrás; entonces, resulta siendo demasiado tarde, porque no tienen la palanca de cambio a la mano.
“Es la izquierda ahistórica la que hace cierta que la utopía sea U-topos, un no-lugar digno para vivir, salvo para los pocos que monopolizan el poder. Los demás carecerán de los privilegios aviesos de los que gozan: la discrecionalidad y la riqueza que otorga la concentración del poder”
El capitalismo es el enemigo a abatir (léase Estados Unidos) y todo enemigo de su enemigo lo convierte automáticamente en su amigo. Sea la Rusia de Putin, el Irán de Sayyid Ebrahim Raisol-Sadatio o la Corea del Norte de Kim Jong-un. Están dispuestos a lanzarse a los brazos de los autócratas más feroces, a echarse a dormir la siesta de la Amnesia, siempre y cuando redunde en la debilidad del enemigo jurado, así el nuevo amigo ganado represente la epitome del oscurantismo.
El viajero y su sombra
Friedrich Nietzsche escribió un libro personalísimo titulado El viajero y su sombra, y bien nos podríamos valer de esta pareja de conceptos para decir lo siguiente: el capitalismo es el viajero, mientras el marxismo resulta siendo su sombra. El capitalismo para proseguir su viaje en el tiempo requiere de la compañía crítica de su sombra; porque el capitalismo, no es perfecto como ninguna entidad en la vida (tiene sus virtudes y también sus vicios), aunque sí es perfectible (se trata de preservar sus virtudes y corregir sus vicios).
El capitalismo está llamado a ser el viajero, como el marxismo su sombra perpetua. No es sano que el capitalismo viaje sin su sombra, pues se ensoberbece y puede ir hacia el límite de sus vicios (desregulación), pensando que nada pasará. Pero pasa: ahí está la reciente crisis financiera global de 2008 para atestiguarlo. La resultante: no solo banqueros quebrados, sino estados endeudados y sociedades desmanteladas. Pero todavía es más letal que la sombra tome el puesto del viajero: deja la crítica de lado para llevar a los países donde galvaniza a un estado crítico.
Por eso la vida en las sociedades occidentales es más grata y habitable, porque permite la crítica y en consecuencia admite la reforma y el cambio (¡cuántos, cuán seguidos y qué bien logrados!), respecto de aquellas donde la sombra, desnaturalizándose, tomó el rol del viajero y emprendió un viaje histórico… hacia el oscurantismo de una sola voz faraónica y sin contestación alguna; entonces la vida se convirtió para los gobernados en un deshojar cotidiano de las aflicciones más variadas y descabelladas.
Otra izquierda es posible y necesaria
Después de Sebastián Piñera los chilenos/as tendrán a Gabriel Boric en el Palacio de la Moneda. ¿Qué representa? Una izquierda que tiene por detrás el estallido social y por delante el proceso constituyente. Y en el presente inmediato la responsabilidad de gobernar. Pero Boric parece traer la sensatez de tener la historia bajo la piel, o sea, crítico del capitalismo (corregir sus vicios), pero no anticapitalista (acabar con sus virtudes); y democratizador de la democracia (la configuración de su gabinete es todo un símbolo de igualdad, aunque falta la presencia indígena, una mala señal para el pueblo mapuche, que se encuentra casi en pie de guerra).
“El horizonte programático de Boric y su gobierno está más cerca de la socialdemocracia europea y el apalancamiento del Estado de bienestar, que del socialismo del siglo XXI venezolano y su Estado aberrante”
Boric corrió hacia el centro en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, y esto le permitió ganar con el 55,87 por ciento. Tiene el reto tensional de hacer avanzar una agenda social sustantiva sin despertar los demonios de la polarización sociopolítica. Lo suyo es dejar de lado a Marx y tener presente las lecciones del siglo XX. En este sentido, su horizonte programático está más cerca de la socialdemocracia europea y el apalancamiento del Estado de bienestar, que del socialismo del siglo XXI venezolano y su Estado aberrante –no existe para darles nada bueno a los gobernados, pero sí existe para otorgarles un oasis en medio del naufragio a los gobernantes–.
El reto de Boric es épico, continuar haciendo el capitalismo chileno más productivo, competitivo y globalizado; mientras rehace la sociedad chilena de manera más justa, equitativa y cohesionada. Un país que no debe desandar sobre los logros conseguidos en pos de un inicio adánico, sino llevar a Chile un peldaño arriba: saludable inclusión y redistribución, asentada en una lograda productividad. La única fórmula contemporánea para hacer sustentable un Estado integral.
Pero ojo, esto también depende de la derecha, porque la buena política no es unipersonal, sino relacional. Es decir, si la izquierda se hace histórica, porque recoge la pedagogía del pasado, también la derecha debe hacerlo, pues como lo recuerda Tony Judt en Sobre el olvidado siglo XX, la Cuestión Social, si no se aborda, no desaparece. Por el contrario, va en busca de respuestas más radicales. Esto fue lo que sucedió en Rusia, China y Cuba antes de sus revoluciones. Solo que ahora sabemos que cuando se desata la lucha de clases, no se redime en el ansiado paraíso terrenal, sino se degrada en el infierno hobessiano: los poderosos se convierten en lobos de todos los demás que, para el caso, vienen a ser los más.
¿Chile avanzará por el lado bueno de la historia, hacia lo que los guaraníes denominan como la Tierra sin Mal? Lo sabremos en los siguientes años. Hasta entonces, la historia como un búho, vigila y espera. [T]