El Covid-19 llevó al mundo al gran confinamiento. Una medida sin precedentes. El autor reflexiona sobre qué está pasando y por qué, pero también sobre qué hacer. Éste no es solo un artículo profundo y fundamentado, sino imprescindible para pensar el mañana.
• Por Pablo Lumerman Sirote
Mediador especialista en conflictos vinculados a políticas públicas, empresas y derechos humanos. Es fundador del Grupo de Diálogo Neuquino y Director de Estudio del Valle, consultora dedicada a acompañar procesos de innovación colaborativa.
El pretítulo, Pandemia y después, puede sonar pretencioso y un poco abrumador. Pero cuando al concepto de crisis le sigue civilizatoria, la situación se dramatiza todavía más. Por eso vale la siguiente petición de principio: las crisis presentan peligros graves para el bienestar de las personas y los países; pero, al mismo tiempo, abren ventanas de oportunidad para salir de patrones históricos insalubres y problemáticos.
Una perspectiva de la crisis
La medicina trabaja desarrollando un conocimiento de la vida práctico. Para promover la salud, busca hacer diagnóstico, luego una prognosis y, finalmente, una propuesta terapéutica. Entender hoy cuál es el problema emergente y los patrones que lo reproducen es fundamental.
La transformación del conflicto, como teoría y como práctica, opera de forma similar a las ciencias de la salud: busca analizar y diagnosticar los episodios de conflictividad incluyendo condicionamientos estructurales referidos al epicentro del conflicto o la crisis. Este tipo de perspectivas e intervenciones buscan no solo resolver el emergente en disputa, sino transformar los patrones y relaciones conflictógenas que luego provocan la recurrencia degradante de crisis y violencia a lo largo del conflicto.
Observar al conflicto, buscando la comprensión de su naturaleza histórica contextual, enriquecerá las propuestas de transformación en la cual se requiere, siguiendo a John Paul Lederach2, una buena dosis de imaginación moral, entendida por la capacidad de construir esquemas cognitivos y sociales capaces de permitir la transformación de relaciones destructivas, y basada en la conexión profunda con la vida y la trama de interdependencias que conectan a los actores y su marco de vida compartido.
En un artículo publicado en la revista Crisis, Alejandro Galliano3 rastrea la evolución de la noción de crisis comenzando con su origen griego krino, que significa «separación», «ruptura», «decisión». En Grecia se le daba un uso médico: era el estado observable de una enfermedad, necesario para hacer un diagnóstico o, desde una mirada jurídica, el momento de tomar una decisión judicial que sopesó las pruebas disponibles.
En su paso al latín, «crisis» adoptó también un sentido político: el momento previo a tomar una decisión impostergable. A partir de fines del siglo XVIII, el término adquiere otro sentido: es una transformación absoluta, un largo proceso al final del cual ya nada será como antes. Durante el siglo XIX, «crisis» se homologó a «revolución» y «conflicto». Desde entonces, el sentido de «crisis» osciló entre el desajuste cíclico, que puede y debe resolverse, y la transformación definitiva, quizá final, de la sociedad.
¿Por qué hablar de una crisis civilizatoria? Poder distinguir las dimensiones de la crisis permite tener una respuesta más completa y más realista. En el concepto de episodio y epicentro, distinguimos lo manifiesto de lo latente y estructural, así como la retroalimentación entre una dimensión y la otra.
¿Qué nos está pasando y por qué?
El 23 de marzo del 2020, el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, llamó a un cese al fuego en todos los conflictos para centrarnos juntos en la verdadera lucha de nuestras vidas, en alusión a la megacrisis derivada del brote global del Covid-19 en un planeta ya recalentado y en un sistema de gobernanza global, plagado de conflictividad geopolítica acumulada, que ya se encontraba a la deriva y en dirección hacia una zona de peligro existencial.
Gran parte de la humanidad está sujeta a este gran confinamiento. El movimiento humano en el planeta detuvo su marcha. Estamos viendo y viviendo algo que nunca vimos ni vivimos antes. La cuarentena provoca un efecto peculiar en el sentido del presente, casi abismal, por lo menos hasta que el mundo consiga la vacuna: un estado de ánimo presentista como espíritu de época.
Hay también una concientización en proceso sobre el significado y el valor de la salud, personal, animal, ambiental, planetaria, y la importancia de pasar a la acción. El interrogante respecto a qué hacer provoca en nosotros y nuestros semejantes un permanente estado de atención asociado a la búsqueda de la supervivencia, y combina una incertidumbre y vulnerabilidad muy similar a la de la guerra, aunque mucho más insidiosa y sutil.
Esta pandemia no solo afecta a los individuos que contagia, sino a las comunidades y países. Los enferma y los pone frágiles, afecta los pulmones y nuestra capacidad para respirar. Estamos en un movimiento de llamado de atención generalizado sobre la importancia como la interdependencia entre la salud del planeta y la salud humana.
¿Cuál es la naturaleza de esta crisis?
De acuerdo a nuestra experiencia histórica como familias, comunidades o civilizaciones, las crisis son momentos particularmente especiales donde emergen situaciones dilemáticas, espectros del pasado y el futuro, situaciones paradojales, ricas en oportunidades, para abordar los problemas que acumulamos. Como si el Covid-19 fuera una tempestad, todos se preguntan: ¿Cuándo pasará?
Ésta se presenta como una enfermedad global, invisible, pero omnipresente en nuestra cotidianeidad. El escritor italiano Alessandro Baricco describe este momento como un choque automovilístico de escala global. Es una descripción que pone en cámara lenta algo que, de hecho, es muy rápido: Hemos tenido un accidente de coche. Un accidente de coche mundial. Los implicados somos todos. Todavía estamos tratando de sacar a los muertos y los heridos del amasijo de hierro en que ha quedado convertido el «monstruoso vehículo» en el que viajábamos. Luego empezaremos a preguntarnos cómo fue que pasó, si pudimos evitarlo, si habrá una próxima vez.
El choque presenta una escena de traumatismo agudo cuyo daño y dolor no podemos terminar de dimensionar. El momento tiene distintos tiempos, algunas cosas ocurren muy rápido —cantidad de muertes y sobrecargas de sistemas— y otras, como el debilitamiento del Estado de derecho, casi no se notan de lo lentas que van. Nuestra percepción está fragmentada. Contamos los muertos y su distribución geográfica, las curvas de infección. Al mismo tiempo, vivimos una normalidad suspendida, como si fuera un reloj parado con la incertidumbre de si volverá a funcionar.
El tiempo vivido es relativo con la perspectiva. Estamos en un automóvil, pero no todos en el mismo lugar; algunos estamos al volante y otros, en el asiento de atrás. Lo vemos a medida que seguimos el desplazamiento del baricentro de la pandemia: vamos notando sus impactos, la correlación con la caída de la actividad económica, el aumento de la pobreza y los conflictos sociales dentro y entre los países.4,5
La crisis sanitaria y la económica derivada del confinamiento global ocupan toda la escena y ahogan otra crisis que hizo eclosión en los últimos años: la crisis climática. El crecimiento sostenido de las emisiones de efecto invernadero pari passu y el crecimiento de la población mundial siguen la misma tendencia que el crecimiento de las temperaturas a nivel global. Los récords de calor vividos durante los últimos años son cada vez más difíciles de negar, incluso para los que reciben interesados emolumentos por hacerlo.
El 2019 terminó con derretimientos en los polos y temperaturas récord que, junto a las sequías, provocaron los incendios más intensos y letales de los que se tenga registro en los pulmones de todo el planeta, empezando en Siberia, California y Medio Oriente, hasta la Amazonia y la Chiquitania en Sudamérica, el bosque húmedo del Congo y los bosques de Australia. El 2020 comenzó con temperaturas récord históricas durante el verano austral en la Antártida y ahora, en el verano boreal, llegando a temperaturas de hasta 38 °C en Siberia.6
Durante 2019 y 2020, ambas crisis, sanitaria y económica por un lado, y ambiental y climática por el otro, explotaron en una secuencia precisa en el rostro de la Uber-humanidad del siglo XXI. Es bueno entender, entonces, qué está por debajo de este episodio de crisis recargadas. Una crisis tan potente como la que estamos viviendo significa vivir en un momento de excepción, una suspensión del orden establecido y la posibilidad de un nuevo régimen de ser y estar, o el retorno a la vieja normalidad, con el reforzamiento de los patrones que derivaron en la situación actual y que nos proyecta hacia un futuro lúgubre.
Las advertencias desoídas
Líderes espirituales de religiones y pueblos indígenas hace décadas vienen planteando, con resonancias tardías y crecientes por parte de la opinión pública mundial, lo que significa la destrucción de los bienes comunes humanos y lo hostil que esto resulta a la vida. El proceso de destrucción del planeta o lo que el papa Francisco en su encíclica Laudato Si7 llama la casa común, lo llevó a organizar un movimiento global de incidencia de transición, convocando a las principales empresas petroleras globales para discutir la necesidad de aplicar un impuesto global al carbono y avanzar hacia una matriz energética compatible con el clima.8
También convocó a una cantidad de expertos y referentes económicos globales para hacer una gestión a favor de las moratorias de las deudas soberanas a nivel internacional en países emergentes y la necesidad de incluir provisiones protectoras de los derechos humanos en sus reestructuraciones.9 El pueblo mapuche, como otras sociedades tradicionales o ancestrales, identificaron con la llegada de Occidente un proceso perturbador de un equilibrio cultivado entre los pueblos (ce) y la naturaleza o biodiversidad (ixofil mogen) propias del modelo de kvme felen, en mapudungún buen vivir o buena salud, que implica estar sanos o ser dueños de sí mismos.
David Grossman, un escritor israelí, propuso pensar la plaga como una instancia formativa: La plaga es un evento formativo. Cuando baje su intensidad, nuevas posibilidades surgirán. Estamos en medio del choque, pero si miramos hacia atrás, veremos una película que está llena de advertencias y señales anticipatorias de la crisis de salud global que estamos viviendo. La perplejidad sobre lo que nos está sucediendo y la crisis que provoca nos lleva a preguntarnos: ¿por qué a nosotros? El intelectual israelí plantea, entonces, aprender y ver cómo y porqué llegamos hasta aquí…, y qué haremos al respecto.
Retrotraernos al inicio
EL SARS-COV-2 es un virus de la familia de los coronavirus, típico de los murciélagos asiáticos, que provoca la enfermedad Covid-19. Su origen es misterioso, ya que no se conoce dónde estaba el paciente cero y se lo ubica en la ciudad china de Wuhan, de doce millones de habitantes, motor tecnológico industrial y hub vertebrador en axis de la China continental. Algunos apuestan a la tesis del diseño del virus en laboratorio, aunque la mayoría busca su origen en el mercado húmedo de la ciudad, en el que se venden como alimentos frescos decenas de miles de animales domésticos y salvajes vivos que esperan su destino en un contexto de hacinamiento, insalubridad y riesgo sanitario.
Más allá del debate sobre el autor material del crimen, la literatura científica sobre enfermedades virales indica que la COVID-19, como muchas otras enfermedades, proviene de un virus zoonótico, es decir, que surge de la interacción perturbadora entre el sapiens y el resto de la animalia. El origen del término zoonosis está en la palabra griega zoon, que significa animal, y noses, que refiere el estado de enfermedad. Por ello, el significado del término sería, estrictamente, una enfermedad de los animales.
La pandemia, entonces, parece ser la resultante biológica de un sistema ecológico planetario degradado por la acción humana y el resultante político de un modo cultural de ser y estar en el mundo. Lo que en su momento era una verdad sostenida solo por activistas de la ecología, hoy se convierte en sentido común.
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“En el siglo pasado, la combinación entre el crecimiento de la población y la reducción de los ecosistemas y la biodiversidad derivó en oportunidades sin precedentes que facilitaron la transferencia de los patógenos de animales a personas”
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En el siglo pasado, la combinación entre el crecimiento de la población y la reducción de los ecosistemas y la biodiversidad derivó en oportunidades sin precedentes que facilitaron la transferencia de los patógenos de animales a personas. Estos vectores virales y bacterias provenientes del mundo animal intensificaron su capacidad de contagio y letalidad. Es posible notar una tendencia paralela en el crecimiento de las tasas de degradación de ecosistemas, en el comercio ilegal y legal de fauna silvestre y el incremento en un 17 por ciento de las enfermedades infecciosas causadas por vectores animales.
En los últimos veinte años, el notable aumento de la movilidad y dimensión de la población humana, el crecimiento de las tasas de degradación de ecosistemas y la compraventa de fauna silvestre en los mercados podría explicar el incremento de las enfermedades zoonóticas. En 2016, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) prendió las alarmas sobre el aumento mundial de las epidemias zoonóticas. Específicamente, señaló que el 75 por ciento de todas las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son de origen animal y que dichas afecciones están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas.10
Modernidad y Antropoceno
¿Qué llevó a la humanidad, luego de un ascenso meteórico de su calidad de vida a tener una situación de fragilidad existencial tan grande? Teóricos como Immanuel Wallerstein, Niklas Luhmann o inclusive Yuval Harari, hablan de la integración del mundo en un mismo orden civilizatorio como un proceso que comienza más o menos en el siglo XVI, pero que se potencia mucho en el último siglo.
El orden civilizatorio contemporáneo, moderno y racionalista tuvo a lo largo de los últimos doscientos años una fuerza de expansión y consolidación simbólica y material muy contundente a caballo de la globalización económica. En este sentido, podemos ver el mito fundante del paradigma moderno de progreso basado en la expansión conquistadora de la actividad humana, de curva creciente e ilimitada proyección hacia las estrellas.11
Este proceso de modernización y racionalización del mundo se dio sobre la base de una mirada racionalista, que separa la mente del cuerpo y la humanidad del resto del mundo de la vida natural. Este orden colocó no solo al concepto hombre en el centro, sino la lógica del crecimiento y la eficiencia de los procesos en el altar cultural, con sus ganadores y perdedores, pero siempre asumiendo que el poder y la riqueza de las naciones estaban directamente asociados al crecimiento de sus economías.
Durante el siglo XX esto fue parte de una doctrina compartida entre las potencias capitalistas y comunistas. Para todos, el crecimiento de sus economías y la potencia de sus Estados eran fundamental para lograr objetivos de seguridad y prosperidad.
Los ecólogos vienen recordando cómo el mal manejo de los ecosistemas pone en peligro a la humanidad. Inundaciones, nuevos vectores infecciosos, incendios y sequías tienen relación con la falta de atención y adecuación de nuestras actividades productivas y de hábitat a los límites ambientales que presentan los ecosistemas. Es a razón de esto que hace unos años, y desde el campo de las ciencias de la Tierra, los expertos comienzan a referirse a nuestro tiempo como una era geológica nueva denominada el Antropoceno, término acuñado en 2000 por el químico holandés Paul J. Crutzen (1933), como la era en la que el impacto conjunto de la humanidad en la Tierra iguala o sobrepasa el poder de las fuerzas naturales (geológicas y biológicas). 12
Dipesh Chakrabarty13 trabajará luego este concepto y dará cuenta de cómo fue tan rápidamente adoptado por las ciencias sociales para visualizar el tamaño de la huella humana sobre el planeta, ya que nos permite desarrollar una conciencia expandida sobre la interdependencia sistémica entre humanos y no humanos, organizada en torno a un modelo civilizatorio predominante.
La Gran Aceleración
¿Cómo llegamos a que el hombre sea el responsable de una nueva era geológica denominada Antropoceno? La ocupación humana sin cuidado de su entorno y su conexión vital con la naturaleza, provoca en algún momento, una intensidad y frecuencia de disturbios que supera el umbral de resiliencia y genera el colapso de dichos ecosistemas, causando procesos irreversibles de destrucción de los mecanismos de soporte de la vida (producción de agua y suelo, por ejemplo) y, por lo tanto, de los bienes comunes y su producción futura.
A comienzos del siglo XX, y a caballo de la segunda revolución industrial, se inicia un proceso de expansión que muchos llaman la gran aceleración, siguiendo de forma distinta un proceso derivado de las fuerzas expansionistas del imperialismo europeo de fines del siglo XIX. A mediados del siglo —hacia 1950— habría tenido lugar, según Will Steffen, la transición efectiva del Holoceno al Antropoceno.
La segunda mitad del siglo XX es única en toda la historia de la existencia humana en la Tierra. Muchas actividades humanas llegaron a puntos de despegue en algún momento del siglo XX y se aceleraron bruscamente hacia el final del siglo. Los últimos cincuenta años del siglo XX [y lo que llevamos del siglo XXI, J. R.] han visto sin duda la más rápida transformación de la relación humana con el mundo natural de toda la historia de la humanidad. 14
Entrar en el Antropoceno significa dejar atrás el Holoceno, la era geológica que vio nacer a la humanidad y que estuvo vigente durante los últimos diez mil años. Esta es una señal del significado histórico del tiempo que estamos viviendo.
En estos últimos cien años el crecimiento poblacional fue exponencial. Así, mientras que a comienzos del siglo XX la población mundial apenas llegaba a los 1.650 millones de personas, hoy somos más de 7.400 millones y, según estimaciones recientes, esta cifra, lejos de estabilizarse, podría llegar a los 10.900 millones para finales del siglo XXI.
El balance de la experiencia humana durante esta centuria está lleno de luces y sombras. En principio, podemos reconocer que el camino del desarrollo global permitió mejorar la expectativa de vida humana y reducir significativamente la pobreza material de gran parte de sus habitantes, y los sapiens desarrollaron una gran capacidad para reproducir y manejar como alimento vegetal y animal domesticados para su consumo.
El salto de productividad basado en el desarrollo de la tecnología potenció la capacidad humana de extraer y procesar recursos naturales. Esto tuvo varios efectos, de los que se destaca la reducción promedio de la pobreza y la mortalidad infantil. El problema es que produjo efectos contaminantes, degradando los ecosistemas que funcionan como soportes de la vida, comprometiendo las defensas naturales de la humanidad. De la misma manera en que el manglar vivo funciona de fijador de costas y como primera línea de defensa ante el embate del huracán o el tifón, la naturaleza funciona como primera línea de defensa ante la agresión de las enfermedades y las variabilidades climáticas.
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el 75 pro ciento de los ambientes terrestres está hoy severamente alterados por acciones humanas (el 66 por ciento de los ambientes marinos también lo están). La mejora material de las condiciones de vida humana (acceso a alimentos, salud, techo y otros) trajo consigo la degradación sistémica de los distintos ecosistemas, poniendo a muchos de ellos al borde de la muerte ecológica y a las poblaciones que de ellos dependen, en una crisis existencial.15
Por otra parte, el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero derivados del desarrollo industrial provocó un proceso cada vez más severo de calentamiento global, fenómeno que trae consigo cada vez más frecuentes y más notables eventos climáticos extremos, como sequías prolongadas, inundaciones, olas de calor y el aumento de los niveles del mar con la consecuente pérdida de hábitat en litorales costeros.
A favor de una política de emergencia y recuperación
Estamos acostumbrados a proyectar el futuro como horizonte deseado; se habla de esto como utopía: al mismo tiempo, necesitamos hacer otro ejercicio prospectivo, lo que Jonas identifica como una necesaria futurología de la advertencia, en la que la realidad nos obliga moralmente a hacernos cargo de las consecuencias de nuestras propias acciones.
En La condición humana, Hannah Arendt, advierte sobre el riesgo de colapso civilizatorio asociado a dos escenas posibles: una conflagración tan grande por el poder humano que lleve a una autodestrucción o un proceso de degradación permanente de las condiciones de vida a partir de la sobreexplotación y la reestructuración de los ecosistemas planetarios.
En La fundamentación ontológica de una ética de cara al futuro, Hans Jonas plantea dos puntos de partida: primero, maximizar el conocimiento de las consecuencias de nuestra actuación con miras a cómo éstas determinan y amenazan el destino de la humanidad futura, y segundo, a la luz de este conocimiento, elaborar un nuevo saber de lo que debe ser y lo que no debe ser, de lo que se puede admitir y lo que se debe evitar.
En medicina, la prognosis es un juicio clínico que, basado en un conjunto de datos e información, permite determinar en cierta medida cuál será la evolución y el comportamiento de una enfermedad en el transcurso del tiempo: ¿cuál es la prognosis del Covid-19? A la hora de hacer proyecciones, hay escenarios de todo tipo, pero hay un riesgo cierto de que esta primera ola de infección se cobre más de un millón de muertes en todo el planeta. El costo de no hacer nada será para los próximos dos años entre cinco y diez trillones de dólares.16
¿Y qué hay de la prognosis de la extinción de especies y la degradación de los ecosistemas? ¿Y del calentamiento global? Somos cada vez más conscientes que si el ser humano sigue desarrollando modelos de hábitat desequilibrantes en su relación con la biodiversidad, buscando aumentar su reproducción y bienestar material, cuyo costo sea la degradación de la Tierra, estamos comprometiendo cada vez más seriamente de la posibilidad futura de la vida humana.
Por un lado, en lo inmediato, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) anticipa que la pandemia del Covid-19 impactará a las economías de América Latina y el Caribe a través de factores internos y externos. La crisis que sufrirá la región en el 2020 y en el 2021 implica caídas del 5,3 por ciento, y representa la peor en toda su historia, con severas consecuencias en los mercados de trabajo y la seguridad social de la población. El aumento de la pobreza será récord y esto traerá consecuencias difíciles para el futuro de las sociedades. Para encontrar una contracción comparable hace falta retroceder hasta la Gran Depresión de 1930 (-5%).
Los objetivos internacionales acordados por las Naciones Unidas en materia de transición hacia una economía global inclusiva y respetuosa de la naturaleza no están siendo implementados y sus metas propuestas no serán alcanzadas.
Los objetivos del Acuerdo de París de reducción de emisiones están muy lejos de tener capacidad de implementarse. La mitad de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) hacia el 2030 de Naciones Unidas, relacionados a pobreza, hambre, agua, ciudades, clima, océanos y territorios, no serán alcanzados por las tendencias sustancialmente negativas en la naturaleza y sus contribuciones a las personas que viven en ella. Las metas de conservación internacional de la biodiversidad de las Naciones Unidas (metas de Aichi), entre las que se encuentran el mitigar las causas de la pérdida de biodiversidad, reducir las presiones y mejorar la situación de la naturaleza a través del cuidado de sus ecosistemas no serán alcanzadas en los próximos años.
La crisis provoca muchos efectos actuales que derivarán en impactos de largo aliento, todavía difíciles de anticipar. El cierre temporal de los circuitos productivos y comerciales, la suspensión de intercambios y los problemas en los sistemas de abastecimiento, la verticalización de los procesos decisionales, la concentración de funciones de coordinación social en pocas manos, la búsqueda de unanimidad en posiciones de emergencia y la penalización de pensamientos disidentes son parte de un conjunto de fenómenos propios, derivados de la situación de crisis, que pueden potenciarse.
Estas escenas pueden conducir a la desesperación y al caos social, situaciones favorables para soluciones desde arriba que pueden derivar en conductas autoritarias y en la espiralización de las violencias, que a su vez retroalimentan la vulnerabilidad generalizada y el crecimiento de males públicos.
La centralidad de los estados y, podríamos añadir, de las grandes transnacionales de la comunicación digital da lugar a advertencias de muchos intelectuales contemporáneos, como Harari 17 o Bien Chul Han18, respecto al riesgo de la fascistización social y el desarrollo de mecanismos de control en realtime a través de Internet, que pueden derivar en la construcción de un orden social basado en las jerarquías, la desigualdad y los abusos.
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“El futuro luce más caliente, más enfermo, menos solidario y, a la vez, más autoritario y violento, con eventos climáticos extremos que potenciarán la inseguridad humana”
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El futuro luce más caliente, más enfermo, menos solidario y, a la vez, más autoritario y violento, con eventos climáticos extremos que potenciarán la inseguridad humana y atentan contra las chances de recuperación económica sustentable. Tras los incendios, derretimientos y los aumentos de nivel del mar, también se visualiza el aumento de contaminación plástica, la acidez del mar y nuevas pestes en el horizonte, como si fueran parte de una actualización de la sucesión de plagas que azotaron al Egipto de un faraón de corazón endurecido.
Preguntas fuertes y respuestas débiles
La pandemia es parte de una crisis sistémica más amplia que, junto a la crisis climática y a la pérdida de la biodiversidad, resulta de la forma en que la especie humana interactúa con la naturaleza. Cualquier respuesta debe estar basada en el reconocimiento de que se acabó la naturaleza barata y que se requieren estrategias inclusivas y regenerativas que permitan promover el bienestar humano al tiempo que se regeneran ecosistemas degradados.
La profesora, Elinor Ostrom, planteó estrategias para superar la tragedia de los comunes, en la que la racionalidad de cada actor en conflicto, basada en el propio interés y la falta de acuerdos de resguardo mutuo, deriva en la degradación de los bienes comunes o bienes públicos. [19] Ostrom desarrolló una teoría político-económica de gran valor para pensar el problema de la acción colectiva y los desafíos de transformar la competencia egoísta en colaboración a nivel social, económico y político. 20
Su propuesta es que en lugar de pensar en arreglos centralizados en una autoridad única (el Estado o Facebook) o en arreglos basados en soluciones individuales sin coordinación (lógica de mercado), hay otra lógica basada en reglas de uso consensuadas y en la gestión horizontal de bienes comunes.21 La potenciación de las capacidades de organización y coordinación de esfuerzos a nivel de los territorios en el contexto urbano y rural se complementan con los mecanismos de coordinación horizontal entre municipios, provincias o países fronterizos.
El filósofo Hans Jonas propone desarrollar una ética de cara al futuro que busca proteger a nuestros descendientes de nuestras acciones en el presente. 22 Es solo por medio de nuestros conocimientos sobre las implicancias de nuestro poder —dice Jonas— que podremos hacernos cargo de él.23
La filósofa argentina Mónica Cragnolini hace las preguntas correctas cuando en la revista La Fiebre («Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemia») cuestiona la propuesta de enfrentar al virus predominantemente en términos de «responsabilidad individual» (las medidas de aislamiento, la forma de estornudar, el lavado de manos), y propone hacerse estas preguntas: ¿qué aspectos de la organización de nuestra vida, de los sistemas sanitarios, de la economía, de los modos de vincularnos con la naturaleza es necesario volver a pensar, reimaginar y reconfigurar en la acción?
La vulnerabilidad sanitaria de la humanidad está directamente relacionada con los efectos acumulativos del modelo civilizatorio predominante. Derivado de esta conciencia, surgen enfoques holísticos de la salud pública, que algunos llaman salud planetaria o salud global. La OMS estuvo promoviendo hace un tiempo el enfoque de una salud, concebido para diseñar y aplicar políticas de prevención y respuesta basadas en la integración de áreas como la salud pública, la salud animal y la salud de los ecosistemas frente a las amenazas para la salud pública debido a la interacción entre seres humanos, animales y ecosistema.
Centralidad del Estado y participación ciudadana
Desde una perspectiva de economía política de la situación de pandemia, los estados y las políticas públicas tienen un rol clave para sostener la cuarentena y financiar la reconstrucción postcrisis. Una cuestión central sería si acaso las bases sobre las que se asientan las estrategias de recuperación preservan el mismo modelo que nos hizo chocar. Aquí es una vez más donde el Estado se convierte en el activo garante de la cohesión social y el resguardo ante la crisis, activando al máximo sus dispositivos de intervención en el mercado. Entre otras funciones, puede imprimir billetes y, naturalmente, establecer políticas cambiarias y tributarias.
Es allí donde el problema de la recaudación pública toma un lugar significativo y anticipa impotencias para los funcionarios, ya que la plata puede no estar o no llegar a tiempo. Asimismo, será clave el cuidado y la llegada a los actores económicos, pequeños y medianos, con políticas segmentadas en función de cada una de las realidades. Es aquí donde hay que prestar mucha atención, aprendiendo de crisis pasadas como la de 2008, focalizadas en salvar a los sectores de la economía sin condicionar el uso del rescate por parte de agentes financieros, grandes holdings y corporaciones en relación al uso de los fondos públicos y a las limitaciones de su conversión en dividendos o bonus a la alta gerencia de sus organizaciones.
El rol del sector privado en la recuperación
Una gran discusión emerge respecto a cómo se relaciona la creación y distribución de la renta entre el Estado y el mercado en tiempos donde hay que repartirse las pérdidas. En este sentido, surge la importancia de contar con aportes extraordinarios por parte de las mayores riquezas privadas nacionales, así como con regímenes y criterios de rescate con subsidios y apoyo estatal, amén de los procesos de moratoria o reestructuración de deudas sobre bases de sustentabilidad.
Mientras los Estados Unidos o Europa lanzan planes de transferencias masivas desde el Estado, por un 15 o 20 por ciento del PBI, el promedio en América Latina apenas roza el 2 por ciento. Es por esta razón que el sector privado tiene, en particular en América Latina, un protagonismo indiscutible en la génesis de la crisis fiscal y, seguramente, en su atención y gestión. Las razones son múltiples, pero hay una en particular: la abundancia de riqueza y liquidez a nivel global con una gran desorientación sobre cuáles son los criterios para definir las inversiones.
Por otra parte, también se explica la impotencia del Estado a propósito de la dificultad de financiarse con las actividades económicas, siendo estas cada vez más controladas y aprovechadas por organizaciones financieras privadas que tienen una gran capacidad de evadir impuestos y, por lo tanto, debilitar a los Estados.
A nivel local y global, existen riquezas privadas suficientes para lograr, sin comprometerlas mayormente, la financiación completa de un proceso de transformación inclusiva y de salida de la crisis vía impuestos y aportes libres. La más importante de todas: aportar los impuestos necesarios para que la política pública de emergencia y recuperación pueda hacerse cargo de la reactivación, en función de una planificación del desarrollo futuro sobre bases distintas a las que nos llevaron a esta situación. Es decir, desde una lógica de no repetición o prevención de recurrencias.
Por otra parte, los mercados tienen mucho para reformarse y poner marcos regulatorios o de conducta responsable a los fondos de inversión y las empresas multinacionales de las distintas cadenas de valor global. Como los principios rectores de empresas y derechos humanos, que comprometen a quienes los asumen e incorporan las salvaguardas fundamentales para propiciar que las inversiones no afecten derechos humanos de trabajadores, consumidores y comunidades, y puedan redundar en el desarrollo sustentable de los territorios donde se implementan proyectos de desarrollo.24, 25
El llamamiento a dar respuestas contundentes a la crisis planetaria encontró eco en el Foro Económico Mundial de Davos recién en enero de 2020. En la agenda de esta convención de la élite económica global, tomaron centralidad temas como el cambio climático y las pandemias como principales factores de riesgo de corto, mediano y largo plazo para la economía global.
David Fink, CEO de Blackrock, el fondo de inversiones más grandes del mundo, reconoció en dicho evento que hasta hace muy poco el sector financiero (él mismo) no estaba dispuesto a incorporar los impactos del cambio climático como factor de riesgo en sus portafolios de inversiones y que, finalmente, a pedido de sus clientes, hoy ya lo está haciendo.
En sus conclusiones, el Foro de Davos levanta el guante, planteando que los factores como la deforestación y el cambio climático incrementan el riesgo de enfermedades como el Covid-19 al debilitar nuestras defensas ecosistémicas.26
Por otra parte, las estrategias de maximización de retornos por parte de agentes financieros globales suelen buscar preservar el valor de su acción, pero comprometen en sus negociaciones la capacidad de los Estados de sostener a su población —sin seguridad social—, generar camas de terapia intensiva o financiar el desarrollo habitacional sustentable para miles de familias sin vivienda propia. Si miramos hacia adelante, vemos entonces en el horizonte una nueva crisis de deuda soberana27, 28 para muchos países desarrollados y emergentes, con un correlato natural en el quiebre masivo de contratos entre inversores, así como entre los estados.
Los tomadores de decisión de las finanzas globales son pocos jugadores con gran poder de incidencia, articulación y veto. La concentración de poder les podría dar una perspectiva sistémica de mayor responsabilidad a la hora de participar en los procesos de reestructuración de las deudas soberanas y privadas, o mayor ceguera y tentación de tomarlo todo. Pensar la deuda pública y privada, desde una perspectiva de derechos humanos de cara al futuro, permite evaluar y evitar que ambas clases de deuda pueden dañar a millones de personas o impedirles salir de la situación de emergencia que viven.
En este sentido, los procesos de reestructuración de la deuda global agregada, pública y privada, podrían utilizar métodos de negociación creativa, buscando acuerdos en los que el Estado pueda jugar ese rol de gallina de los huevos de oro para la recuperación de la economía global.
Los estados, junto a las empresas más grandes, tienen que reconocer la necesidad de avanzar en medidas profundamente contracíclicas y heterodoxas que deberían hacer estallar algunos supuestos del orden neoliberal y del paradigma del crecimiento ilimitado. Las élites, en particular aquellas que se beneficiaron con la gran aceleración del proceso de globalización económica, se comienzan a preguntar de qué lado estarán.
Necesidad de una estrategia sustantiva
América Latina está jugando sus partidos definitorios en un campeonato sin reglas ni llaves, donde los estados asumieron una gran centralidad y a la vez un desafío de modelo de política. Dada la complejidad vigente, la pregunta se centra en el modelo de toma de decisiones, en la gobernanza de la pandemia, en los criterios y procedimientos, así como en los actores que formarán parte del proceso.
Estas consideraciones buscan problematizar cuáles serían las bases para construir estrategias de salida a la crisis en sociedades tan desiguales y violentas como las latinoamericanas, donde en los últimos años, siguiendo la tendencia global, ganaron incidencia procesos políticos basados en valores nacionalistas, antiderechos y en favor de un retorno a un orden tradicional y jerárquico, justificando el uso de la violencia política para lograrlo.
Es por esto que el diálogo y la colaboración cívicos se convierten en una suerte de mantra que invoca las mejores prácticas e historias de los pueblos para afrontar escenas de conmoción como las que vivimos. Este enfoque nos puede ayudar a desescalar los conflictos y a organizar mejor la comprensión de los problemas que enfrentamos.
El diálogo democrático, involucrando a actores de la vida política, social y económica, se convierte en el desfiladero donde parece encontrarse el equilibrio entre democracia y política de emergencia. La distribución desigual del poder social, económico y político, basadas en la raza o en la clase requerirán atención. La articulación y movilización ciudadana es, en este sentido, un proceso fundamental para lograr condiciones de acceso y protección de los derechos por parte del Estado y las organizaciones empresariales, no solo de cara a la pandemia, sino a la recuperación económica post-Covid-19.
Ante la complejidad, el enfoque democrático, restaurativo y transformador para el abordaje de los conflictos públicos y comunitarios podría ser muy útil, aunque supone la contracultural convocatoria de estancias amplias de concertación social y económica. 29 Estos mecanismos de concertación política, social y económica son difíciles de preparar y gestionar para las autoridades políticas, porque suelen ser contraintuitivos para los actores involucrados. Hoy estos arreglos y dispositivos de diálogo político suponen la activación de valores propios de la conciencia colectiva ante el riesgo de un desastre generalizado.
Cooperación social expandida
Los incentivos de los actores políticos para la concertación de cara a la salida de la crisis puede estar facilitada por lo que –en conflictología– se explica cómo madurez del conflicto, que ocasiona tal dolor que incentiva a los actores a tener actitudes progresistas o de salida del statu quo. Este clima proinnovación establece una ventana propicia para profundizar este modelo de gobernanza democrática en el contexto de la agudización de los conflictos distributivos y de cosmovisiones propios de una crisis social, económica y de futuro.
Más que nunca, superar el instintivo repliegue de hogares y jurisdicciones para protegerse o inmunizarse, y entender que estamos insertos en un sistema de interdependencias, con lo cual, la llave de escape es la autopreservación basada en la cooperación social expandida.
¿Qué capacidad de actuar juntos tienen los actores de un determinado sector u organización en un contexto de crisis civilizatoria y transicional?
Es importante que cualquier estrategia de respuesta vaya desde lo local a lo global y viceversa, y pueda evaluar su capacidad actual y necesaria para transitar la crisis y generar alternativas de salida adecuadas que se enfrentan al desafío de bajar no solo la curva de infección del SARS-CoV-2, sino también la curva de contaminación, la de emisión de gases de efecto invernadero y la de la violación a los derechos humanos.
¿Cómo sería una salida alternativista basada en el cambio de este modelo global hacia un paradigma que achate la curva del crecimiento económico global (huella humana) al tiempo que reduzca las desigualdades y aumente el bienestar de la vida humana en la Tierra?
Este concepto de desarrollo regenerativo, que resume un crecimiento inclusivo y una apuesta al buen vivir 30 es el horizonte sobre el que necesita marchar cada uno de nosotros, las regiones y los países si pretendemos que el mundo humano no convierta su actual mal divorcio de la naturaleza y, por ende, se incline hacia una situación de mayor riesgo existencial.
¿Cómo conjurar una respuesta política y cultural a la crisis basada en la responsabilidad de cara al futuro, que pueda producir riqueza sin provocar desigualdades extremas o degradar ecosistemas? En términos de Jonas, sin poner en riesgo la vida digna de las futuras generaciones.
De cara al futuro
Como estamos en transición, nadie sabe si nos dirigimos hacia un nuevo imperio global emergente o a un neofeudalismo hipertecnológico. Aunque no esté claro hacia qué mundo nos dirigimos en lo político, sí es claro que los tiempos de hegemonía occidental irradiada desde Estados Unidos y sus modalidades de imperium global están colapsando. [29] En los últimos cien años, el proceso de modernización y racionalización del mundo se desplegó de tal forma que hoy nos encontramos con un mundo transformado por obra y gracia del propio sapiens, que nos hace mirar hacia el futuro con perplejidad, asombro, miedo y, ojalá también, esperanza.
Desde un tiempo a esta parte, el mundo comenzó a tomar conciencia de que las enfermedades infecciosas emergentes como el Covid-19 se hallan entre los mayores desafíos para resguardar la salud mundial y el bienestar humano. Como resultado de ello, y asociado al status actual de la globalización económica, especialmente el aumento de la movilidad global, las interacciones entre personas, animales domésticos, fauna y flora silvestres, y plantas junto con sus agentes patógenos y parásitos se están dando con una frecuencia y variedad de combinaciones sin precedentes.
Tomamos la pandemia del Covid-19 en el contexto de una crisis anunciada por las insuficiencias y excesos de un modelo de globalización problemático, basado en cadenas de valor que no registran su compatibilidad con las condiciones de vida digna futura, y que todavía están en su gran mayoría sustraídas del control social, operando en la búsqueda de eficiencias de escala pero con el supuesto de que la naturaleza es barata o no tiene costo. Es decir, no teniendo que incluir en el coste del proceso productivo el valor ecológico, social y cultural de la extracción de recursos provenientes de la naturaleza y las comunidades.
Si percibimos la interrelación entre estos fenómenos, también podemos acordar que cualquier estrategia de recuperación debería considerar seriamente una serie de políticas multinivel y multisector deliberativas que construyan las bases sobre las que se debería apalancar un proceso de reconstrucción social y económica global. 30
Boaventura de Sousa Santos dijo: Vivimos en tiempos de preguntas fuertes y de respuestas débiles. Las preguntas fuertes son las que se dirigen —más que a nuestras opciones de vida individual y colectiva— a nuestras raíces, a los fundamentos que crean el horizonte de posibilidades entre las cuales es posible elegir. Por ello, son preguntas que generan una perplejidad especial. Las respuestas débiles son las que no consiguen reducir esa complejidad, sino que, por el contrario, la pueden aumentar.
La crisis sanitaria y la política global de gran confinamiento se presentaron como el emergente de dos procesos concurrentes y acumulativos: el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero, la consecuente crisis climática, y la crisis de biodiversidad asociada a la extinción masiva de especies, reflejo de la degradación rápida y muchas veces irreversible de los ecosistemas terrestres y marinos. 31 A estos dos procesos pudimos darles una causa raigal o un epicentro, el patrón de reproducción de un modelo de desarrollo global basado en un manejo conquistador de los ecosistemas planetarios, irrespetuoso de sus límites planetarios.
El proceso de recuperación luego de esta primera ola pandémica debe seguir principios políticos basados en el conocimiento científico, la cooperación y la apuesta colectiva a cambiar el paradigma de vida próspera, refundante del modo de producir y consumir. Esta visión de futuro marcará una agenda de temas muy necesarios para pensar creativamente transiciones civilizatorias lentas pero seguras, hacia procesos regenerativos de desarrollo global y territorial.
En particular, poder pensar una agenda en áreas críticas para el futuro inmediato. En primer lugar, es importante investigar, de cara al futuro, los modos de dar soluciones democráticas a los desafíos de la crisis ocasionada por la pandemia, sobre los impactos de la crisis y las estrategias de abordaje en los ciclos de producción y abastecimiento de alimentos, en cómo democratizar los procesos de desarrollo y en cómo hacerlo regenerativo de los ecosistemas donde la actividad humana está inserta. 32 Aprovechar la crisis como oportunidad implica reconocer que esta provoca condiciones oportunas para los agentes del cambio. Será clave renovar las capacidades de cooperación humana, de forma tal que este gran confinamiento nos deje más conscientes, conectados y organizados para afrontar la construcción –desde las ruinas de este mundo– de un nuevo mundo posible, más sensibles a la interdependencia entre todos los seres vivos y reconociendo, finalmente, que la humanidad es una especie muy especial, pero semejante a las demás, en esta fantástica trama de la vida que compartimos de cara al futuro.
La lista completa de referencias se encuentra disponible en: https://drive.google.com/file/d/1pVLiSW5rWLBMxfLxyjLQIZofbOBiVrhF/view.