¿Se pueden resolver los conflictos o la polarización desde el paradigma que plantea Lederach? La respuesta es solo de manera parcial. La fundamentación radica en una reflexión sobre la gravitación de la política y los políticos en la arena del conflicto, y una explicación sobre la marginalidad de todos/as quienes se dedican a su gestión, resolución y/o transformación.
- Por CÉSAR ROJAS RÍOS,Director de la revista Turbulencias, Experto de los Roster de Conflictos y Diálogo del PNUD y del MICI-BID, consultor de la OIT, OEA y Unión Europea.
Tuve el gusto de conocer a John Paul Lederach el año 2006 en Buenos Aires, en un taller organizado por Mediadores en Red. Fue subyugante escuchar su planteamiento de la transformación de conflictos, por su armazón conceptual, su originalidad y el carisma de John Paul. Escribí un artículo entusiasta sobre esa experiencia publicado en la revista Lazos de la Fundación Unir y también en L@ Revista (publicación de la Fundación Mediadores en Red), que luego recogí en mi libro Democracias callejeras. Luego tendría el placer repetido de volver a encontrarme con él en dos ocasiones en mi país. La primera, en una conversación con una diversidad de intelectuales nacionales, y la segunda, en otro taller muy similar al de Buenos Aires en 2008.
Entre ambos talleres habían pasado dos años, para entonces el rótulo de transformación de conflictos se había impuesto entre los practicantes del campo y la propia cooperación internacional. De manera repentina, natural y sin una reflexión de fondo. ¿Una moda? Era lo intelectualmente correcto (tal vez esa onda estuvo impulsada en ese ciclo anhelar de que el conflicto transformaría de manera positiva nuestro país, tan necesitado de cambios positivos; hoy inmerso en una especie de totum revolutum). En lo personal, me acuciaban dos cuestiones: la primera, entre quienes habían asumido su enfoque y la práctica que desarrollaban se presentaba un hiato abismal; y la segunda, que el planteamiento de John Paul resultaba poco eficaz en América Latina, porque no pondera debidamente en la ecuación conflicto la variable más relevante: la política y los políticos, o en todo caso, no profundiza con suficiencia y abundancia en esta variable gravitante, que tiene profundas implicaciones en el desarrollo y las consecuencias de los conflictos de alta tensión o en las situaciones de polarización nacionales, y produce impactos notables sobre el campo y los expertos en la gestión, la resolución y/o la transformación de conflictos (GRTC).
Esta crítica la realizo con un hondo sentimiento de pesar, pues John Paul Lederach es una figura que admiro, por ser profundamente inspirador y destilar un humanismo vivificante. Pero no la realizaría, si no la hubiera madurado a partir de la realidad de varios países de la región donde me tocó hacer un aporte y que he seguido el desarrollo de su conflictividad.
La telaraña conceptual de Lederach
El planteamiento suyo empieza diferenciando el epicentro, las causas estructurales y los patrones que energizan el conflicto, y el episodio, su manifestación evidente. Dos conceptos pertinentes y que llegaron para quedarse. Enhorabuena, pues sin esa visión y diferenciación solo se podría atinar a dar palos de ciego. Lo sustantivo viene ahora, pues tiene que ver con su planteamiento paradigmático: para transformar el conflicto, se debe trabajar en una pirámide de tres niveles, con articulaciones horizontales y verticales. La comunidad en la base, los dirigentes destacados en el medio y en la cima, los jefes y líderes políticos. Y a empezar a tejer la telaraña, es decir, a desplegar diversas articulaciones entre estos puntos alejados pero necesarios. Todo esto debe estar impulsado por una levadura crítica –pocos involucrados, pero decididos en impulsar la transformación– y la masa social, donde una diversidad y multiplicidad de participantes se involucra con el objetivo que esos pocos están tratando de hacer cuajar. Y el acompañamiento activo de los mediadores estratégicos, que actúan sobre el episodio contando con una visión diáfana sobre el epicentro. Entonces estaría constituida la fundación amplia que haría posible el cambio social (1).
Hecho este análisis apretado, ¿no estoy acaso exagerando en mi crítica? Lederach toma en cuenta a los jefes y líderes políticos, y justamente lo hace al ubicarlos en la cima de la pirámide. ¿Y con quiénes trabajarán los mediadores estratégicos, si no es precisamente con los políticos de carne y hueso? Los políticos están en el paradigma de Lederach, pero lo están, para decirlo en sus términos, como un episodio y no como el epicentro del conflicto. Entender la articulación entre política, políticos y conflicto es fundamental, y de manera superlativa, cuanto más agudo es el conflicto.
Todos los fuegos del conflicto, el fuego de la política
Dos apuntes iniciales.
El primero, las democracias por su tendencia política dualista (2) se configuran como sistemas competitivos (proclives a derivar en conflictivos), donde los gobernantes tienen como su segunda naturaleza el gestionar una multiplicidad de dimensiones conflictivas, desde las parlamentarias, pasando por las ministeriales, hasta las propiamente sociales, porque todas tienen un carácter polémico y, adicionalmente, pueden asumir de manera abierta un carácter opositor (inclusive desleal). Por tanto, para los políticos el conflicto es como para un pez el agua: su hábitat tanto como la materia prima de su oficio.
Y el segundo, los gobernantes en A.Latina gestionan poder, renta y legitimidad. Tres recursos hipersensibles para una diversidad de actores. Esta gestión implica una toma de decisiones estratégicas y tácticas que, en estados clientelares y en economías con crecimiento sin desarrollo, sus decisiones (generalmente) se sesgan socialmente, y debido a la finitud de los recursos económicos se hacen todavía más acotadas. Es decir, mientras la sociedad es centrífuga, la política partidaria resulta siendo (en nuestros lares) centrípeta, concentradora y excluyente.
Aquí yace el epicentro de una multiplicidad de conflictos, en la toma de decisiones gubernamentales clientelares, que favorece a los propios en detrimento de los ajenos, para asegurarse en reciprocidad respaldo, voto y movilización (y donde los propios pueden acudir al lock-out para impedir que los ajenos se beneficien de los recursos que dispone el gobierno). En otras palabras: la bienaventurada reproducción en el poder.
Entonces se esclarece la situación repetida de que gobiernos de derecha tienen contestaciones sociales con sensibilidad de izquierda (caso Chile, Colombia y Brasil) y viceversa (Argentina, Venezuela, Nicaragua), y en otros casos, movilizaciones transversales, tanto contra gobiernos de derecha como de izquierda, caso feministas, LGTBIQ+ y medioambientalistas.
La situación se agudiza en situaciones de desaceleración económica y crisis, pues entonces se patentiza la adjudicación de beneficios y la imposición de privaciones (tan evidentes socialmente en Colombia y Paraguay), generando en los sectores castigados un ardiente sentimiento de injusticia. No por nada, perciben en el gobierno una actitud antidemocrática, pues los gobernantes y sus clientelas gozan de las cosas buenas, mientras el resto solo parece existir para suministrárselas, produciendo una situación alejada de la máxima utilitarista de Jeremy Bentham de la mayor felicidad para el mayor número.
En consecuencia, los gobernantes saben la vectorización social que acometen cuando toman sus decisiones, es decir, a quienes pretenden deliberadamente favorecer, porque procuran que al hacerlo salgan ellos favorecidos en términos de reproducción en el poder (y el maná que esto conlleva); aunque en casi todos los casos, queda dañada su legitimidad (escuálida en Venezuela y Nicaragua). Ahora, lo que se evidencia con mayor claridad es que los gobernantes saben calibrar cada vez menos la reactividad social ante sus medidas (3): la intensidad, la extensión y el entramado de la contestación (lo pudimos apreciar con Sebastián Piñera y el alza de tarifas del transporte público, y con Lenin Moreno con la eliminación de los subsidios a los combustibles y el incremento a la gasolina como el diésel). Todavía peor: están perdiendo la capacidad de gestionar, por lo menos de manera aceptable, el conflicto manifiesto. Ni siquiera logran mitigarlo, más bien con una ceguera maquiavélica acaban por incendiarlo (sucedió con Piñera en Chile, con Moreno en Ecuador, con Morales en Bolivia, con Abdo en Paraguay, con Duque en Colombia).
Viejos hábitos, malos hábitos
¿Por qué los gobernantes están incendiando los conflictos en vez de apagarlos? Cuatro razones.
La primera, el Estado, sobre todo a nivel de la Policía y las Fuerzas Armadas, todavía son tributarias de un encuadre conspirativo del conflicto, asentado en las dictaduras latinoamericanas y que pervive de manera atávica en las democracias. De ahí sus servicios de inteligencia, su práctica manida de infiltrar buzos en las movilizaciones y detectar a los dirigentes para, aprendiéndolos, apagar la mecha de la protesta. Ellos ven a los movilizados como un clavo y a sí mismos como un martillo implacable. ¿Miran las profundidades del iceberg del conflicto? ¿Los hornos donde se incuba el malestar social? No, por tanto, esos servicios aportan con más desinteligencias que buen juicio en la gestión del conflicto, logrando adicionalmente que la política se diluya en la policía (4).
La segunda, en la carrera partidaria y en la competencia política (inclusive gracias al sesgo confrontador y sensacionalista de los medios de comunicación, reforzado y multiplicado por las redes sociales), sobresalen los halcones políticos: personas cuyo primer impromptu es la descalificación, la intimidación y la represión. Ellos, habitués del campo de Marte –hoy cada vez se suman más ellas que abandonan la amabilidad de Venus–, privilegian la línea dura, porque no quieren realizar concesiones y desean zanjar rápidamente (coercitivamente) el conflicto, amén de que entienden el diálogo como una debilidad y asumen que la represión les otorga el control de la situación (5). Pero como no acaban de entender el ethos democrático y la ciudadanización, el suyo resulta siendo finalmente el camino más corto al descontrolado infierno, donde tantos mandatos presidenciales acabaron convertidos en cenizas.
La tercera, el sorojchi político (6), es decir, el mal de las alturas que produce en muchos ganar y ejercer el poder, que los inunda de soberbia y desemboca en la arrogancia unilateral, es decir, obrar mirando los propios fines e intereses con absoluta prescindencia de los ajenos; reaccionar emocionalmente descalificando a los movilizados y enfrentándolos con los dos brazos represivos del Estado. Entonces, caen presas de la hybris: pierden el sentido de los límites y la cordura de lo admisible, obran con impulsividad militante y negligencia altanera, sienten que son omniscientes, omnipotentes y, además, invulnerables (7). Y desoyen el sabio consejo que dice: no inicies nada que no puedas terminar y no prendas un fuego que luego no puedas sofocar.
Y la cuarta, recurrir a la manida corrupción para cooptar a los dirigentes sociales y desactivar las movilizaciones desde la pirámide de su organización. Piensan que se trata del camino más expedito para la desmovilización, y lo es mientras el lubricante ponzoñoso sosiega a los dirigentes, pero como el malestar está en la base de la pirámide, estos volverán una y otra vez, y cuantas veces sea necesario, a la carga candente en las calles. La comercialización del conflicto –una práctica habitual en nuestros países urgidos de ingresos y ateridos por el desempleo– puede apagar el fuego de momento, pero solo logra calentar las brasas sociales.
Conflictólogos al borde de un ataque de nervios
¿Por qué los expertos en GRTC se encuentran marginalizados del manejo gubernamental de los conflictos? ¿Es como observa Bernard S. Mayer en Más allá de la neutralidad, porque no podemos asegurar resultados eficaces (8)?
La política partidaria en los sistemas democráticos se desenvuelve es una competencia intensa por el ejercicio del Poder –no desbocada gracias a la posibilidad de alternancia gubernamental–, pues se trata de un sistema que instaura entre gobierno y oposición un juego de suma cero: el ganador gobierna y el perdedor es gobernado, así se asuma como oposición parlamentaria (9).
Ahora bien, cuando se viven tiempos apolíneos, la interacción política se desenvuelve con mesura, tolerancia y civilidad, porque los rivales políticos se perciben como adversarios fraternos, recurriendo a la deliberación razonada; mientras cuando se viven tiempos dionisiacos, se ejerce la política con pasión, intolerancia y aires marciales, pues los rivales políticos se perciben en la lógica schmittiana amigo/enemigo, haciendo un uso casi bélico de la ideología (10). En el primer caso, se tiene una dialéctica competitiva y cooperativa; mientras en la segunda, una dialéctica confrontativa y polarizante. En una, la oposición desempeña un rol leal y democrático; en el segundo, puede desarrollar un rol desleal, antidemocrático y hasta violento. Estabilidad/inestabilidad. Gobernabilidad/ingobernabilidad. Sosiego/desasosiego (con probabilidades de dislocación y desquiciamiento).
¿Qué sucede cuando se presenta un conflicto de alta tensión? Desgloso dos posibilidades: la primera, puede pretender alterar el sesgo clientelar; entonces el gobierno tratará de impedirlo y hará uso de sus recursos de poder. ¿En manos de quiénes están esos recursos? De políticos partidarios, por supuesto. Y ejercerán el conflicto desde un encuadre político: doblegar la voluntad de los movilizados o repartir algunas dádivas, haciendo uso de su sagacidad, astucia y maquiavelismo. ¿Transformar el conflicto? Ni en sueños. ¿Recurrir a los expertos? Solo en la peor pesadilla. Y la segunda, si los políticos en el gobierno sospechan que los movilizados pretenden minar su poder, debilitarlo o derrocarlos; entonces apretarán los puños de la represión contra el yunque de los movilizados. Abrirán la caja de los truenos. ¿Transformar el conflicto? No, más bien fustigar con el fuego represor a los levantiscos. ¿Recurrir a los expertos? Consejos celestiales para un escenario infernal. Palomas en un corral de lobos, zorros y halcones. La excepción a la regla: cuando el gobierno se siente contra las cuerdas, solo entonces recurre a los mediadores, pero una vez que recobra el centro de la escena y se reposiciona, las pretensiones transformadoras de los mediadores estratégicos no valen ni medio duro en la reinstalada mesa de gabinete. Y nuevamente la rueda política se pone a rodar hasta tropezar con un nuevo conflicto.
La revancha de los tiempos
¿Estamos los expertos GRTC destinados a la marginalidad en el abordaje de los conflictos? ¿Somos médicos con finos estetoscopios pero sin pacientes? Somos marginales, por el momento; pero lo seremos cada vez menos. Por una sencilla razón: zapatero a tus zapatos. Los políticos cada vez entienden menos los conflictos, y como carecen de la capacidad de ponerse en los zapatos de los otros, sobre todo de esos otros que no son sus clientelas políticas, están sufriendo serios reveses en su reproducción en el poder (lo único que de verdad les interesa, motiva y desvela). Entonces tendrán que recurrir a nosotros, los zapateros, que bien o mal, trajinamos en algunos conflictos; que bien o mal, comprendemos todos los conflictos, nos especializamos en algunos y de vez en cuando nos involucramos en uno (11); que, bien y en buena ley, no tenemos intereses en juego y poseemos una idea del bien común como rectora de nuestra práctica, por lo que pretenderemos instaurar negociaciones integrativas y procesos de cambio social dialógicos.
Un nuevo encuadre, con un nuevo espíritu, para democracias que, para revitalizase en el tiempo, piden aquello que los conflictólogos vamos entendiendo y de lo cual los políticos de ayer y de hoy se siguen desentendiendo. De ahí el continuo malestar de la ciudadanía y la persistente degradación de la democracia, uno de los regímenes políticos más nobles y fecundos de todos los tiempos que, si llega a deshabitarnos, volveremos al Macondo dictatorial con sus patriarcas y matriarcas otoñales. [T]
REFERENCIAS:
- Esta síntesis apretada se realizó en base al ensayo “La telaraña del conflicto”, recogido en mi libro Democracias callejeras. De la lucha de clases a la protesta polifónica en América Latina. La Paz: Signo, 2013.
- El concepto lo plantea Philippe Braud en su estupendo libro El jardín de las delicias democráticas. México: FCE, 1993.
- Ver la conferencia “Reactividad social y resolución de conflictos” preparada para el II Seminario Internacional “Desafíos de los MARCS y la mediación en tiempos de crisis”. Link: https://www.youtube.com/watch?v=CpC2MLjPR4M
- Consultar el reciente libro El tiempo de la revuelta de Donatella Di Cesare. México: Siglo XXI, 2021.
- Ver el esclarecedor ensayo de Daniel Kahneman y Jonathan Renshom, “La psicología de los halcones”, en: FP Foreign Policy Edición española, No. 19, febrero-marzo 2007.
- Sorojchi es un palabra en lengua aimara y significa “el mal de las alturas”. Tiene un uso extendido y cotidiano en la zona andina de Bolivia.
- Por este motivo algunos expresidentes y expresidentas, como algunos mandatarios actuales, se convirtieron en parte del problema y el conflicto, y no de la solución para sus países, pues la ambición de poder resultó siendo el único sol ardiente en su decadente sistema moral. Para ahondar más sobre este punto ver el revelador libro de Robert J. Sternberg (ed.), Por qué las personas inteligentes pueden ser tan estúpidas, en particular el ensayo “Las personas inteligentes no son estúpidas, pero sin duda pueden ser tontas. La teoría del desequilibrio de la tontería”. España: Ares y Mares, 2003.
- Bernard S. Mayer, Más allá de la neutralidad. Cómo superar la crisis de la resolución de conflictos. Barcelona: Gedisa, 2008.
- Sobre este punto ver el fascinante libro de Philippe Braund, El jardín de las delicias democráticas. México; FCE, 1993.
- Sobre la política ver el excelente libro de Luis R. Oro Tapia, ¿Qué es la política? Santiago de Chile: RIL Editores, 2003.
- Se parafrasea la idea de Augsburger de que “Todo conflicto humano es, en cierto sentido, como todos los otros, como algunos otros, y como ningún otro”, cit. por Alejandro Nató, Gabriela Rodríguez Querejazu y Liliana Carbajal, Mediación comunitaria. Conflictos en el escenario social urbano. Buenos Aires: Editorial Universidad, 2006.