- Por GLORIA NOVEL MARTÍ, Directora de Proyectos, Consultoría Internacional en Gestión de Conflictos y Mediación, Diálogos y Soluciones Corporativas, S.L.

Desde hace tiempo me viene pareciendo que vivimos en un mundo incomprensible en el que todo es posible y la supervivencia un milagro. Aún no sé cómo no nos hemos extinguido. Déjenme ponerles algunos ejemplos.
Procuro ver poca televisión, la justa para saber en qué estamos. La desinformación o lo que es peor, la información malintencionada es lo común. Los medios de comunicación ponen en portada aquello que es conveniente para los poderes fácticos y lo que no, se obvia. Se utiliza el poder de los medios para fines electorales, domesticadores o distractores. Por cierto, ¿es que no pasa nada creativo y saludable en el mundo?
Tenemos gobernantes de países poderosos que parecen sacados de la cámara de los horrores. Les votan o se imponen, no importa, allí están dirigiendo políticas y despropósitos. En mi país, y me consta que no es una excepción, no es inusual que tengamos políticos que falsean títulos o hagan trampas variadas (y no pasa nada) o que no tengan titulación o formación alguna (¿algún parecido con otros países?) O que tengan estudios, pero no profesión salvo la de ser un político-vividor-del-sistema, porque no han trabajado nunca en el mercado laboral, ni se ganaron el pan con el sudor de su frente como el resto de los mortales. No saben lo que cuesta tomar un café o una pieza de pan, ni cómo se vive con el salario mínimo interprofesional (que, por cierto, es una miseria) y que ellos aprueban. Cómo dirigen el país, es un enigma para mí.
Tuvimos, no hace mucho, un presidente de Gobierno que era tan risible que provocaba carcajadas desbocadas en sus intervenciones en el Congreso de los Diputados o en los medios de comunicación. Pronunciaba mal, confundía las palabas, trasponía las frases. Era graciosísimo si no fuera porque era el presidente de un estado de la Unión Europea. Poca broma. Me quedé con la duda de cómo habían elegido a este individuo para tal cargo ¿A quién le interesa que tal esperpento sea el líder de su partido o de su país? Y me pregunto, ¿dónde colocan a las personas inteligentes? Y digo yo, que los deben poner a archivar causas de los juzgados que han prescrito por falta de diligencia del sistema (por no particularizar).
Otra. ¿Se han dado cuenta de que, con el cuento de la pandemia, los juzgados están parados? Cualquier gestión administrativa es un peregrinaje. La cuestión es que lo que tienen ahora es esa mala excusa, pero antes ya funcionaban así: personas pendientes de juicio en la cárcel años y años, casos que se amontonan en los juzgados y justicias injustas. Bien, pues ahora con la pandemia resulta que todo es culpa del coronavirus y las conciencias pueden quedar tranquilas. Definitivamente todo queda atrasado sine die.
Siguiendo con el estado del arte. ¿Han probado a llamar a una compañía aérea para cambiar un billete o resolver un problema? ¿A una compañía de telefonía? ¿A una clínica o hospital? Si lo hace, tiene muchas posibilidades de que tenga que hablar con un contestador automático que le volverá loco. Tengo una amiga que confiesa que le acaba gritando a la voz del otro lado de la línea, fuera de sí: ¡¡¡Quiero hablar con una persona!!! El otro día incluso yo estuve a punto de gritarle también. Me contuve. Me dije que no estaba bien hacerle el juego a la locura y entrar a matar en su campo. No lo domino, aún.
Y, por último, hablemos de la pandemia. ¿No es extraño que estando ya en la sexta ola no se hayan desarrollado políticas públicas efectivas para hacer frente a la crisis sanitaria y la económica derivada? ¿Estamos hablando de ineficacia o inutilidad? ¿O es falta de interés en resolver? ¿O es que no aprenden?
El problema sanitario global es una realidad, pero es evidente que también está sirviendo a muchos intereses. Las pequeñas empresas y comercios han entrado en quiebra o aguantan como pueden mientras que las grandes farmacéuticas, las empresas médicas, paramédicas y las multinacionales se están enriquecido como nunca. No ha habido solidaridad que valga. La brecha entre pobres y ricos se ha ampliado más y las relaciones entre personas se encuentran mediatizadas por la vivencia del otro como un posible enemigo contaminador. La situación ha llegado al extremo de que ahora nos estamos enfrentando entre nosotros. Es realmente un avance perversamente estratégico hacia una nueva normalidad: la domesticación social.
Nos han impuesto mascarillas (sin que yo dude de su eficacia), que nos despersonalizan, se ha creado un miedo irracional al otro, a los contagios, a unas supuestas cifras atemorizadoras que manifiestan una realidad que es a menudo tramposa. Ya se sabe, hay tres tipos de mentiras: las grandes, las pequeñas y las estadísticas.
Y en este contexto enrarecido por el miedo y la desazón, he podido observar un cambio sustancial en el comportamiento entre las personas. La gente anda malhumorada y desconfiada. No es raro ver cómo una persona riñe a otra desconocida porque no lleva bien puesta la mascarilla en las tiendas, en los despachos, en la calle, los espacios de coincidencia. ¡Póngase en la fila, póngase más lejos, espere hasta que le pueda atender, no puede entrar!
Y así, de golpe se ha creado una infantería de soldados que, llenos de la razón que otorgan las buenas excusas, vigilan las calles y aplican castigos por doquier a la mínima. Son micro autoritarismos a los que nos hemos acostumbrado y que han ido creando una grieta en el sistema relacional, legitimando la violencia cotidiana e institucional.
Podría seguir hablando de las miserias a las que estamos sometidos para seguirnos quejando de lo mal que está todo y de la impotencia que nos crea ser buenas víctimas de un mal sistema. Siento decepcionarles. Mi sentido crítico es para enfatizar la necesidad de ponerle luz a la sombra, coraje a la vida y amor abundante al caos para que todo se ordene.
Dejemos de quejarnos, de enfadarnos, de sentirnos inseguros, de tener miedos, de encerrarnos por temor al otro, de sentir que estamos en una especie de guerra de las galaxias. Y sobre todo, dejemos de esperar que las soluciones vengan de fuera, que cambien los gobiernos, que pase la tormenta, que se vaya la pandemia, que alguien le ponga hilo a la aguja, que las vacunas nos curen de todo para siempre, que el año nuevo nos salve y nos traiga algo mejor.
Porque amiga/amigo, quien tiene que cambiar eres tú, no el año. ¡Así que feliz cambio nuevo 2022! [T]