jueves, marzo 23, 2023
REVISTA INTERNACIONAL DE RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS, MEDIACIÓN, NEGOCIACIÓN Y DIÁLOGO
PUBLICACIÓN TRIMESTRAL DEL INSTITUTO DE MEDIACIÓN DE MÉXICO

Más estrellas deberían compartir el mismo firmamento

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Por ALEJANDRO NATÓ, Abogado, mediador y conflictólogo argentino. Coordinador de la Oficina de Gestión de Conflictos del Defensor del Pueblo de la Nación, y coautor de Mediación comunitaria y Geografía del conflicto. Claves para decodificar el conflicto social y político.

Muchos políticos se han sostenido bajo la creencia que los liderazgos son unipersonales, eternos y que el poder no es compartible. América Latina por más intenciones parlamentaristas que se pretendieron institucionalizar sigue siendo una región con una cultura y sistemas políticos edificados alrededor del presidencialismo. Esto no representaría un serio inconveniente si no existieran voluntades de perpetuarse en el poder de modo autocrático por parte de algunos gobernantes. Podría sostenerse que la judicialización de la política es una amenaza latente para quienes aspiran a ejercer el poder por el temor a ser encarcelado. Es comprensible que esta consecuencia termine operando como un enorme impedimento para concebir a la alternancia con el estimable valor democrático que debería tener.

A su vez, el diálogo constructivo también se encuentra en un camino cuesta abajo.  Se suele plantear que hoy en día, en verdad, nadie habla con nadie; solo se postulan ideas que se posicionan en un firmamento de estrellas sin puntos de contacto entre ellas.  Este cielo imaginario tiene fijado su lugar de residencia real en los medios de comunicación que aprovechan la conferida delegación de confianza; además de intermediar entre los políticos y los gobernantes con sus respectivos públicos (televidentes, radioescuchas o lectores) como un actor más postulan ideas que generalmente logran incidir en la opinión pública para atizar la polaridad política.

La polarización, fácticamente, como práctica política se extendió en el mundo como la forma que mejor resultado viene otorgando al momento del reparto del poder. Indefectiblemente, ello trae como consecuencia que hablar con los otros esté mal visto. Los polos se necesitan en la confrontación por lo cual se descarta la edificación dialógica. Pensar juntos, debatir puntos de vista para poder estructurar alianzas consensuadas a partir de puntos nodales comunes tiene olor a naftalina y queda solo en las reivindicaciones del deber ser.

Han quedado lejos los habituales consensos estructurados desde las fuerzas políticas que supieron representar la síntesis de la gobernabilidad.  Da cuenta de este tópico la tradicional relación de garantizar acuerdos parlamentarios estables entre quienes representaban el conservadurismo y la socialdemocracia que, incluso, se alternaban respectivamente en el poder oscilando entre la centro-derecha y la centro-izquierda. Esto siempre estuvo dentro de los parámetros del sendero seguro de la corrección política y lo políticamente aceptado, aspecto que se ha observado en Europa y que se refleja también en América Latina.

Ello se ha visto perforado e interpelado por los propios extremos ya que el avance de las derechas alternativas, entre las que podemos enunciar: libertarios, ecofascistas, neoreaccionarios, reaccionarismos radicales, derechas desacomplejadas, etnonacionalismos, etcétera, pusieron en disputa la bronca social, la indignación y la desobediencia.  Este surgimiento, indefectiblemente, desacomoda el sistema político y exige replanteos de las centroderechas (que se inclinan cada vez más discursivamente a sostener efusivamente sus combos ideológicos), quienes conocen con creces las mieles del poder y pretenden evitar la dispersión de sus electores, especialmente la juventud que no vislumbra futuro y carece de causas épicas convocantes. También, este avance de las derechas alternativas movió el tablero en las huestes progresistas ya que se encuentran acusadas desde sus propias entrañas por defender lo institucional y de hacer consensualismo (en términos de la profesora de teoría política Chantal Mouffe) por quedarse sosteniendo clivajes vetustos y alejados de las demandas insatisfechas en nombre de preservar cuotas de poder y mantener lo conocido desde lo político institucional.

Las derechas alternativas son artífices de hacer expandir el tan mentado discurso del odio que se encuentra  materializado en relatos altisonantes, donde sobresalen el racismo, la xenofobia, la aporofobia, entre otras categorías enmarcadas en los ismos y las fobias y que suelen otorgar musculatura a personajes políticos y/o sectores emergentes (que  pretenden consolidarse en el poder o seducir base propia electoral) para lograr reafirmarse sobre núcleos sociales  desencantados y desconfiados de las instituciones, los partidos y los representantes políticos del ecosistema del poder.

Es llamativo que se esté acendrando una cultura del poder donde con el afán de ser lo suficientemente amplios y democráticos en la faz agonal pour le gallerie se pregona el valor del consenso y los acuerdos amplios, como así también, se valoriza el respeto a la diversidad, y en los hechos, se da la espalda a los lazos dialógicos y se construye sentido a partir de la imagen del enemigo y la cultura de la cancelación del otro. Ni siquiera, las heridas que se generan en los vínculos al calor de esos desencuentros, son registradas como una contradicción o una opacidad, sino que es muy común argumentar justificaciones alrededor de las exigencias electorales y la expectativa social o, simplemente, en la conveniencia política. Más aún, esto tiende a reforzarse en la faz arquitectónica donde quedan expuestos los declinantes márgenes de autoafirmación de quienes gobiernan debido a las escuetas capacidades estatales frente a la innovación tecnológica y a la financiarización global.

Este sistema está planteado como un laberinto imaginario transitado por quienes sacan provecho de la distancia social y política. A su vez con sus prácticas osadas tornan los caminos sinuosos e intransitables, porque le adosan necesariamente –para acrecentar sus intereses– mayores volúmenes de desconfianza y descrédito a los ya existentes.  Su construcción se basa en la destrucción de puentes y en erigir muros desintegradores.

Quienes trabajamos en el campo de la gestión colaborativa de conflictos nos encontramos interpelados para tener una postulación de criterio ideológico, ético y democrático sostenido en principios, como el valor de la palabra y el diálogo, la construcción de consensos estables para crear sentido común y bases sólidas de entendimiento, la necesidad de deconstruir la imagen del enemigo, generar articulaciones imprevistas, visibilizar desigualdades, tender puentes, incluir a los excluidos, trabajar para reconstruir sensibilidades y procesar los conflictos que, de ningún modo, pueden ser concebidos funcionalmente como procesos que gestionan los desajustes del sistema, sino como una instancia y mecanismo potente para fortalecer y recobrar cuotas de confianza en las democracias de nuestra región.

Solamente si estamos alineados con nuestros postulados y principios vamos a poder contribuir a desanudar los embrollos que se generan por la disputa del sentido y, en consecuencia, nivelar asimetrías de poder como inequidades que, en términos de la socióloga neerlandesa Saskia Sassen, son expulsivos y afectan a vastos sectores de la población. [T]

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