- Por GLÁUCIA FOLEY, Jueza Coordinadora del Programa de Justicia Comunitaria de Brasil y miembro de la Asociación de Jueces por la Democracia.

Vivimos tiempos inciertos, complejos y oscuros. Una crisis que Antonio Gramsci definió como ese período de síntomas mórbidos, en el que lo viejo está muriendo y lo nuevo aún no puede nacer. Lo que pretendo argumentar es que debemos ser parteras de este nuevo tiempo. No a través de rupturas violentas y proyectos totalizadores que solo se sostienen cuando se imponen unilateral y autoritariamente.
Lo nuevo será de paz si lo construimos con medios pacíficos. Y para eso necesitamos del manejo de prácticas mediadoras, restaurativas y circulares que aquí defino como mecanismos dialógicos y emancipadores de una justicia transformativa.
Sin embargo, construir la paz exige indignación. Indignación con las violencias, subordinaciones, jerarquías, privilegios y exclusiones inherentes al proyecto político neoliberal. Indignación con la necropolítica, como presenta el filósofo de Camerún Achille Mbembe, que separa quién merece vivir y quién puede morir, ya sea en el enfrentamiento de la pandemia o la adopción de políticas de seguridad pública cuyo objetivo es alcanzar un segmento de la población considerado desechable. Me refiero especialmente a los jóvenes negros y pobres que viven en territorios vulnerables en Brasil.
Las promesas de inclusión social del Estado de Bienestar, basadas en la garantía de expansión del capital, bajo la regulación estatal, no se cumplieron para todos, especialmente para los ciudadanos de países capitalistas periféricos como los de América Latina.
La centralidad de la lógica del mercado, la erosión del rol regulador del Estado y el consecuente aumento brutal de las desigualdades sociales y económicas promovieron el secuestro de la democracia, lo que reveló cuán frágil era nuestra convicción de que sería suficiente mejorar los mecanismos plebiscitarios de la democracia representativa para lograr una democracia verdaderamente democrática.
En esta crisis de vaciamiento democrático, sin perspectivas de futuro, las personas buscan dar sentido a su existencia, a través de la práctica del consumismo y el hedonismo. Comprar bienes para extraer el placer de la visibilidad, la inclusión, el reconocimiento, la pertenencia. Pero, sabemos, este camino, además de ilusorio, es estrecho. El acceso a los bienes, bajo la lógica excluyente del capitalismo neoliberal, no es igualitario.
Aunque la modernidad occidental forjó un ideal de igualdad entre sujetos universales, las jerarquías sociales propias de sus ejes –el patriarcado, el racismo y el colonialismo, como nos enseña Boaventura de Sousa Santos– denuncian que las políticas públicas no son universales. Basta ver cómo nuestras ciudades, que son los territorios donde se desarrolla la vida y el cotidiano, se diseñan bajo la lógica de la exclusión. Es lo que el geógrafo brasileño Milton Santos define como la geografización de la ciudadanía, es decir, el individuo es más o menos ciudadano, según su código postal.
“La frustración por el incumplimiento de las promesas de inclusión social se une al populismo criminal. Asistimos al surgimiento de un neoautoritarismo
La frustración por el incumplimiento de las promesas de inclusión social se une al populismo criminal. Asistimos al surgimiento de un neoautoritarismo que toma fuerza de las milicias que, excitadas por la polarización, instigan el deseo de los individuos por las armas, para asegurar la imposición de la violencia como único mediador en el ámbito de la política. Nada más fálicamente patriarcal.
Para Herrera Flores, la racionalidad del capitalismo necesita ser confrontada con otra racionalidad, basada en las necesidades humanas, en lo reconocimiento de las identidades y en la dignidad humana, que es el acceso igualitario a los bienes materiales e inmateriales.
El enfrentamiento, por tanto, de estos tiempos complejos e inciertos exige que los entendamos, para que no haya riesgo de perder la esperanza.
América Latina necesita iniciar su descolonización. El proceso decolonial, que presenta el peruano Aníbal Quijano, exige que nuestras múltiples voces sean capaces de expresarse. Sólo bajo una perspectiva pluralista podemos promover una especie de encantamiento epistemológico. Para eso, necesitamos el reconocimiento del poder creativo de los múltiples saberes de nuestros pueblos, que, además de la ciencia, incorporan arte, afectos, diferentes cosmologías indígenas y culturas tradicionales. En tiempos de pandemia, debemos enfatizar conceptos tan integradores como la Pachamama y el buen vivir.
La indignación es fundamental para que las viejas prácticas impregnadas en la tradición autoritaria, que son reproducidas por personas y por instituciones, sin ningún reflejo crítico en diversas esferas de la vida, sean cuestionadas y confrontadas.
Pero para que nazca lo nuevo se necesita mucho más que de indignación. Es necesario preparar el nacimiento de nuevos sujetos, junto con la transformación de viejas estructuras de poder.
Uno de los mecanismos más potentes para promover la justicia transformativa es la adopción de círculos comunitarios como estrategia dialógica para la emancipación social. A través de este proceso, las personas pueden reflexionar sobre las expresiones de la realidad, incluyendo las diversas violencias, desde sus múltiples identidades.
Son muchas las posibilidades que ofrece la adopción de círculos. En primer lugar, cabe señalar que los círculos son relacionales. Es un encuentro de personas, no necesariamente en conflicto, que tienen la oportunidad de comprender sus identidades, en los diferentes contextos en los que se ubican, a partir de una ética de la alteridad.
Además, los círculos son radicalmente democráticos, porque son realizados por articuladores que no ejercen ningún poder y jerarquía sobre los participantes. Su flujo circular, horizontal y participativo permite que el ritmo, los principios y los valores adoptados para el diálogo sean consensuados entre todos.
El carácter dialógico de estos encuentros provoca lo que Abraham Magendzo de Chile define como una perspectiva controversial, un campo de la educación para los derechos humanos. Es decir, la educación que resulta de la escucha respetuosa, la argumentación o del cuestionamiento, sin dogmas y sin certezas. El intercambio de ideas plurales y conocimientos incompletos reconoce al otro como sujeto de derechos y, por tanto, como legítimo para participar en el diálogo.
Los procesos circulares también permiten el desarrollo del empoderamiento a través de la reflexión crítica. Una lectura crítica del mundo para que podamos ver y revelar los brutales mecanismos de violencia del patriarcado, racismo y clasismo, en sus dimensiones personal, institucional, estructural, cultural e ideológica.
El formato circular para el diálogo favorece la constitución de nuevas sociabilidades, basadas en el pluralismo de saberes que se complementan, sin binarismos reduccionistas. En el círculo, como la materia prima es lo humano, razón y ética del cuidado pueden expresarse en su complementariedad.
Los procesos circulares son nuevos mecanismos para dar a luz nuevos sujetos que deberán transformar viejas estructuras.
Por eso pensar en identidades es tan fundamental. Es a partir del reconocimiento de sus identidades que las personas comprenden quiénes son en sus diferentes contextos, por qué son, cómo se relacionan, cómo viven y si quieren o no transformar su vida y el patrón de sus relaciones, de manera que todos pueden satisfacer sus necesidades y tener una vida digna. Además, el establecimiento de diálogos cooperativos sobre las identidades en procesos circulares promueve la convivencia de la igualdad en la diversidad. Y esta dinámica es esencialmente mediadora y restaurativa porque estimula a los participantes para que rechacen la razón penalista y binaria típica de la cultura de la eliminación del enemigo.
Es importante aclarar que, cuando se trata de reconocimiento de identidades, no se trata solamente de buscar acciones afirmativas –es decir, mecanismos de reconocimiento y respeto de las diferentes identidades–, sino también, como enseña Nancy Fraser, de implementar acciones transformadoras de identidades, para eliminar todas las formas de subordinación. Como ejemplo, la autora cita la importancia del movimiento queer que subvierte, en el campo de la sexualidad, el binarismo hetero-homo, en un movimiento fluido, plural y libre.
Los círculos comunitarios son espacios capaces de tomar conciencia, a partir de la experiencia vivida, según Paulo Freire, pero también para emprender acciones transformadoras en el campo de las relaciones sociales y políticas.
Las viejas estructuras de opresión y violencia ya muestran signos de agotamiento. Quizás por eso se han estado expresando, paradójicamente, de una manera tan explícita. Será a partir del nacimiento de nuevos sujetos y nuevas prácticas sociales que podemos empezar el complejo proceso de construcción de la paz.
Por tanto, como nos enseña John Paul Lederach, los movimientos sociales necesitan integrar este proceso de participación política, desde la base, sin convocatorias jerárquicas. Depende de todos/as, de manera difusa, tejer la telaraña, en una dinámica cooperativa que mezcla independencia e interdependencia, sin control central.
Es necesario decir, sin miedo, como Jenny Pearce, que construir la paz implica ampliar los canales de participación política y, en ese sentido, no podemos despolitizar la paz.
Es una inmensa tarea política de refundación de la esperanza, rechazar lo que ha resultado indigno para la especie humana y construir lo nuevo, cada día, por cada uno de nosotros, en un proceso circular de comunión en nuestras diferencias.
En este momento, particularmente, me resulta difícil hablar sobre el nacimiento de lo nuevo. Recientemente, una joven negra, embarazada de cuatro meses, fue asesinada en otra acción policial desastrosa y genocida en una de las favelas de Brasil. Su nombre: Kathleen Romeu. Sin embargo, es en su memoria y la de tu hijo o hija, que insisto en hablar de esperanza.
Lo nuevo no nace sin esperanza. Recordando a Julio Cortázar: La esperanza es de la vida; es la vida misma que se defiende. [T]